En una tendencia clara hacia la movilidad, cada vez hay más trabajadores, sobre todo autónomos, que no cuentan con una oficina, sino que viven en movimiento. Con móviles cada vez más versátiles y ordenadores cada vez más ligeros y fáciles de transportar, hay un dispositivo que se ha quedado atrás, anclado en su rincón, monolítico y enorme: la impresora.
Por suerte cada vez utilizamos menos papel, un paso adelante en la sostenibilidad y la eficacia en el uso de los recursos naturales. Pero a veces es imprescindible manejar documentos físicos, ya sean apuntes para un examen, documentos oficiales que hay que presentar por escrito o cualquier otro material relacionado con nuestro trabajo.
Y ahí no queda otra que recurrir a las impresoras. Si tenemos una a mano el trámite es fácil, pero si no, comienza la peregrinación: la de la oficina, la de un conocido o familiar, el centro de copistería de dos calles más abajo. En casos de urgencia se puede acudir a uno que funcione 24 horas, pero el precio estará a la altura de nuestras prisas. Todo ello para imprimir un par de folios.
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